El pasado sábado fui al pueblo de mi padre, Almadén, un pueblo al sur de Ciudad Real. Fuimos al cementerio para arreglar las flores y limpiar los nichos de varios familiares. Me quedé bastante impresionada con todo lo que sentí y viví.
Había montones de personas que como nosotros, mi padre y yo, habían ido a arreglar las tumbas y nichos de sus familiares, ya que se aproxima el Día de Todos los Santos (el 1 de noviembre).
Todo esto me hizo pensar en que todos necesitamos un punto de encuentro con la gente que ya no está, un sitio donde reunirnos con nuestros recuerdos y buenos momentos.
Mientras veía la mano temblorosa de un hombre mayor intentando clavar unas flores de plastico en un centro de goma espuma que más tarde pondría en un jarrón del nicho de sus padres o tal vez de algún hermano que murió hace años, sentí una ternura increible ya que encontré en ese gesto tan sencillo e insignificante un amor desmesurado. Sentí que en ese momento miles de recuerdos pasaban por su mente y que por nada del mundo dejaría que estos muriesen.
Necesitamos mantener a quien queremos VIVO, necesitamos cuidarle, mimarle, llevarle flores, limpiar su tumba, llorarle o cantarle, porque si sentimos que todo eso ya no existe algo se muere en nosotros. Cada uno de los recuerdos de esa persona que ya no está nos hace sentir que la vida merece la pena y que tal vez la muerte sólo sea un paso más.
Somos capaces de abrazar a la ausencia que dejan y convertirla en una presencia diaria en nuestras vidas.
Con mirar un poco al mundo vemos que en Estados Unidos se celebra Halloween, en México el Día de Muertos, aquí en España el Día de Todos los Santos, y a saber cuantas fiestas más existen celebrando nuestros recuerdos, la muerte, las lágrimas y la vida.
Celebramos la muerte tanto como celebramos la vida, entonces...
¿Por qué tanto miedo a la muerte?